Cuando Einstein encontró a Kafka. Los judíos en el mundo moderno

Primeras páginas del libro “Cuando Einstein encontró a Kafka. Los judíos en el mundo moderno”, escrito por Diego Moldes, Director de la Fundación Hispanojudía.
Cuando Einstein encontró a Kafka. Los judíos y el mundo moderno.
La importancia de los judíos y sus contribuciones al mundo moderno (Siglos XIX, XX y XXI)
Diego Moldes
Doctor en Ciencias de la Información, Universidad Complutense
Lo único que de verdad posee todo gran hombre son sus rarezas.
Marcel Schwob
No hay pueblo más difícil de comprender que los judíos. Se hallan repartidos por toda la tierra habitada y han perdido su país de origen. Su capacidad de adaptarse es famosa y mal vista, pero su grado de adaptación es enormemente variable. Ha habido entre ellos españoles, indios y chinos. Llevan consigo lenguas y culturas de un país a otro y las conservan más tenazmente aún que sus bienes. Los necios podrán fantasear diciendo que son iguales en todas partes; quien los conozca tenderá más bien a creer que entre ellos hay muchos más tipos distintos que entre cualquier otro pueblo. La amplísima variedad de judíos en su ser y apariencia es una de las cosas más asombrosas que existen. El dicho popular según el cual puede encontrarse entre ellos tanto al mejor como al peor de los hombres expresa de manera ingenua este hecho. Son diferentes de los demás. Pero en realidad son, por así decirlo, más diferentes aún entre sí.
Elias Canetti, Masa y poder, 1938-1960
No sé exactamente qué es ser judío, lo que significa para mí ser judío. Es una evidencia, si se quiere, pero una evidencia mediocre, una marca, pero una marca que no me liga a nada preciso, a nada concreto: no es un signo de pertenencia, no está ligado a una creencia, a una religión, a una práctica, a una cultura, a un folklore, a una historia, a un destino, a una lengua. Sería más bien una ausencia, una pregunta, un estar en entredicho, una vacilación, una inquietud: una cierta inquietud tras la que se perfila otra certeza, abstracta, pesada, insoportable: la de haber sido designado como judío y, en cuanto judío, víctima, y deberle la vida solo al azar y al exilio.
Georges Perec
ÍNDICE
PARTE I………………………………………………….…….……….8
PARTE II………………………………………………………………91
- Genios modernos de la humanidad
- Ciencias e inventos
- Literatura y cultura
- Filosofía, Historia y pensamiento
- Empresas, banca y mundo financiero
- Informática e internet
- Moda, sector textil, cosmética y distribución
- Deportes
- Cine, televisión, música, entretenimiento
- Cómics
- Arte
- Arquitectura
- Industria editorial
- Periodismo
- Medios de comunicacación y publicidad
- Justicia y política
- Conclusiones y cuestiones para el debate
PARTE III…………………………………………………………….552
- Apéndices ………………………………………………….553
- Bibliografía y videografía ………………………………….581
PARTE I
In any moment of decision the best thing you can do is the right thing, the next best thing is the wrong thing, and the worst thing you can do is nothing.
Theodore Roosevelt
1
¿Por qué escribir sobre lo importantes que han sido y son los ciudadanos judíos? ¿Sobre su influencia en el mundo en el que vivimos? Quizá en mi destino, desde el mismo día de mi nacimiento, estaba escrito mi profundo interés por la historia de los judíos y su diáspora, y que debería de luchar, en la medida de lo posible, contra el antisemitismo –como origen de todo racismo y xenofobia–, considerando que yo nací un 27 de enero, designado por la Asamblea General de las Naciones Unidas como el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, debido a que un veintisiete de enero el ejército soviético liberó el campo de concentración y exterminio de Auschwitz, la mayor vergüenza de la Historia de la Humanidad.
Casualidad o no, el simbolismo numérico surge, precisamente, como tantas otras cosas, de la cultura hebrea, en este caso de la cábala. Dos más siete son nueve, y en cabalismo, nos recuerda Cirlot en su imprescindible Diccionario de símbolos, que el nueve es el “Triángulo del ternario. La triplicidad de lo múltiple. Imagen completa de los tres mundos. Límite de la serie antes de su retorno a la unidad. Para los hebreos, el nueve era el símbolo de la verdad, teniendo la característica que multiplicado, se reproduce a sí mismo (según la adición mística). Número por excelencia de los ritos medicinales, por representar la triple síntesis, es decir, la ordenación de cada plano (corporal, intelectual, espiritual).” Me gusta pensar que el día veintisiete es símbolo de la Verdad, porque a ella aspiramos en este ensayo. Nuestro destino está en los números, y en las palabras que conforman toda lengua, y por tanto también en nuestro nombre, mantra poderoso que rige tu vida. Acaso por eso, yo estaba destinado a ello, al parecer por el propio origen de mi nombre, pues Diego, como Santiago, Jaime, Yago o Jacobo, procede del hebreo Jacob, Ya’akov, (en hebreo יַעֲקֹב), que significa “sostenido por el talón” según la etimología bíblica hebrea. Jacob fue el nombre del patriarca después llamado Israel.
Este texto, fruto de mi larga y honda admiración por los logros de los judíos, nace con la intención de constatar la importancia que el pueblo judío, pueblo de la diáspora y la migración contínua durante más de tres mil años, ha tenido en la Historia de Occidente, de Europa y, por extensión, de la Humanidad, y de cómo su presencia e influencia se ha extendido por diversos ámbitos del mundo contemporáneo. No está destinado a especialistas, como es obvio –pues este autor está lejos de serlo–, sino al ciudadano de a pie, de lengua española, que desconoce algunos conceptos básicos sobre el pueblo judío (más que sobre el judaísmo), su diáspora, sus migraciones y sus integrantes más ilustres.
Carece lo que sigue de todo tono literario, basta ojearlo, y tampoco es ensayístico stricto sensu, tan sólo constituye un borrador de un posible ensayo mucho mayor, o de varios, acaso de un proyecto de autoría colectiva, que se construiría como una recopilación ordenada de datos, al estilo perequiano, que permitiría crear dicho ensayo general histórico; como el esqueleto de un cuerpo al que falta incorporarle la carne, los músculos y los tendones. Una persona sola, un único y solitario autor, no podría desempeñar nunca esa vasta tarea. No es posible profundizar en cada uno de los campos que aborda, pues éstos son tantos y tan diversos, que una persona sola no dispondría de una vida entera para lograrlo. Sí puede servir como guía, como brújula u hoja de ruta para abordar, desde diversos campos y diferentes ópticas y saberes, otros estudios que acaben conformando un corpus bibliográfico del que este libro, si se me permite la inmodestia, funcione como catalizador y punto de partida.
Este libro no es, ni mucho menos, una historia sobre los judíos como pueblo o el judaísmo como religión, para eso existe abundante bibliografía especializada. En este caso, se recomienda comenzar al neófito en judaísmo por La historia de los judíos, obra muy completa del reputado historiador británico Paul Johnson (Manchester, 1928), que al igual que quien esto escribe, no es judío. A diferencia de los demás sistemas religiosos, monoteístas o politeístas, como nos indicó Johnson, de formación jesuita y experto en la historia de las religiones, el judaísmo no se basa sólo en la fe –caso del cristianismo, el islam o el budismo– sino en el cumplimento de la Ley, es decir, la Torá (הרות: ley, enseñanza). No hay Dogma divino, sino Ley (de dios, sí, pero ley humana) escrita que parte del pueblo. Durante siglos, la cultura judía ha crecido y se ha conformado en base a la Ley, a esas las leyes, sus leyes autoimpuestas, normas de conducta que, por muy divinas que pudieran ser, parten, de facto, del ser humano. Normas que todo niño judío aprende y comprende leyendo la Torá, a una edad muy temprana, desde los tres años, estudiándola, comentándola e interpretándola hasta alcanzar su madurez, su Benei Mitzvá, el Bat Mitzvá (בת מצווה, “hija de los mandamientos”), que es a los doce años en el caso de las mujeres y el Bar Mitzvá (בר מצווה, “hijo de los mandamientos”) a los trece años en el caso de los varones. Además, tal y como recogen la tradición oral de las leyes de la Mishná, los más jóvenes desarrollan su sentido crítico y el comentario oral sobre un tema concreto, generalmente recogido en el Talmud y que propone el rabino a una o varias familias, lección que se denomina shiur ( שעור) (plural shiurim, שעורים ). Este estudio y esta fidelidad del pueblo del libro a sus normas de conducta y hasta de pensamiento, es lo que ha forjado su identidad, su judeidad, y les ha imprimido su carácter específico, incluso en el caso de que hablemos de ciudadanos judíos laicos, ateos o que desconozcan el hebreo. Esto ha hecho que el hombre y la mujer judíos hayan sabido adaptarse, durante siglos de diáspora, a cualquier país, de cualquier continente. Los judíos, incluso los agnósticos y laicistas, insistimos, han regido su conducta por unos principios bien definidos, a partir de su educación religiosa, de la lectura de la Torá, que es siempre una lectura interpretativa. Incluso dentro del laicismo imperante en las modernas sociedades occidentales (laicismo del Estado del que somos firmes partidarios), la Torá tiene cabida; y no sólo eso, sino que se adapta a ellas y en ellas como una mano a un guante. El hecho de que la cultura religiosa hebrea sea interpretativa favorece la comprensión lectora. Desde la infancia los niños judíos se forman en una tradición que no es meramente memorística –como ocurre con otras tradiciones religiosas– sino hermenéutica, como decimos, por eso el desarrollo de análisis de textos, de cualquier texto, es más reiterado, constante, acostumbrado y preciso, motivo por el cual creemos que su desarrollo intelectual es más intenso y precoz. Aunque tampoco queremos caer con esta afirmación en una burda generalización. Existen pensadores racistas que han realizado lecturas erróneas sobre el judaísmo, identificándolos como raza, cosa que no son ni han sido, al menos en los últimos dos mil años (pues es difícil identificar las razas en la Antigüedad más longeva). ¿Qué ocurre con los hijos de judío y gentil? ¿Los mediojudíos o semijudíos que no han sido educados en la Torá? Hay gente que cree que, si siguen siendo muy inteligentes (como su progenitor judío, o más), es porque llevan en sus genes dicha inteligencia. Eso es una lectura genética y racista, que no compartimos. La realidad es que el hijo inteligente de un judío o de una judía –pero no de los dos necesariamente– lo es, en efecto, pero no por nada que tenga que ver con la estirpe o la etnia o la genética, sino por el factor educativo: por la cultura. Probablemente su padre o su madre lo han educado de tal modo que, aunque viviese en el laicismo o incluso se educase en cualquier otra religión, seguiría desarrollando una actitud de ansia de conocimiento, de búsqueda de inquietudes y desarrollo intelectual, que es la base de toda inteligencia cultivada, culta en definitiva. La pedagogía paterno-filial juega aquí un factor decisivo en la que la judeidad (laica y familiar) está presente aunque no lo esté el judaísmo religioso.
Este escrito no tiene ninguna intención política, ni religiosa ni, mucho menos étnica, por supuesto. Tampoco obedece a ningún interés concreto u oculto, excepto el de divulgar hechos que, muchos conocen por separado, pero que casi nadie se ha parado a aglutinar en la información periodística española. Cuando afirmaba escribir sobre el pueblo judío y su diáspora moderna muchos amigos o conocidos, escritores, periodistas, editores, profesores, estudiantes de filosofía, ejecutivos, etcétera, todos preguntaban lo mismo, ¿por qué? Esta pregunta no se me había hecho antes, si intentaba escribir ficción, un guión audiovisual, un ensayo sobre cine y literatura, o sobre algo tan de entretenimiento como el baloncesto. Sin embargo, al pronunciar la palabra “judíos”, la cara de mi interlocutor cambiaba, como preguntándose, presumo yo, que debería existir algún interés oculto, interesado o inconfesable. Se demostraba, por tanto, que seguían coexistiendo prejuicios, ignorancia o desconocimiento sobre la cuestión judía, incluso en un país como España en donde a hay judíos, quizá no más de cincuenta mil personas, y de donde fueron expulsados (o convertidos por la fuerza, cfr. el marranismo) hace más de cinco siglos.
La respuesta a ese porqué, es simple y doble: ¿Por qué no? Y también: porque sí.
El pueblo judío y el pueblo gallego
Los siglos XIX y XX fueron los siglos de los Estados-nación. Considero que el siglo XXI y los venideros avanzan hacia una redefinición de los Estados (hoy aún entendidos al modo nacionalista decimonónico) y en donde la Globalización tardo capitalista avanzará hacia una recuperación de las identidades de los pueblos. Se habla de la Europa de los pueblos, de hecho, en la actual unión europea. Dado que el fenómeno de la globalización tiende a la uniformidad, como mecanismo de acción-reacción, surgen de nuevo las cuestiones de identidad, por encima de las de nacionalidad. No cabe duda que la identidad gallega, como la judía, es bien conocida y, como aquélla, pasto de prejuicios. Lo cierto es que un gallego, como un judío, sigue sintiéndose gallego independientemente de si reside en Galicia, en Madrid u otras partes de España, en Buenos Aires, México, Cuba o Venezuela. Conocí hijos de gallegos de New Jersey, Suiza, Ciudad de México o Buenos Aires, que sentían su galleguidad de forma más profunda que su nacionalidad, que pasa a ser un concepto más legal que identitario. No soy ajeno a los comentarios de amigos y conocidos que se extrañan que escriba sobre temas que me son más lejanos, como los judíos, en lugar de escribir sobre la cultura gallega en la que crecí y me formé. Y de la que me siento orgullosísimo y muy unido. Creo que hay autores, en gallego o castellano, mucho mejor formados que yo para analizar los fenómenos de la cultura gallega. Por otro lado, salvando distancias, comparto con Julio Camba lo que escribió de él Javier Jiménez, conocido como Javier Fórcola, en el catálogo de su editorial (Fórcola, mayo 2015, pág. 18): “Julio Camba era más gallego de lo que él pensaba, no tanto por lo que escribió sobre su tierra natal sino por el punto de vista general con que analizó el ancho mundo.” Yo no aspiro a tanto, pero qué duda cabe que cuando escribo sobre cine, literatura o cultura, escriba sobre Polanski, Jodorowsky, W.J. Has, Poe o Alfred Hitchcock, escribo desde mi galleguidad. Mi punto de vista, lo quiera o no, viva en Galicia, Lisboa, Barcelona o Madrid, será siempre el de un gallego porque esa es mi identidad primera. Es por eso que despertó en mí singular interés el libro de José Ramón Ónega (Mosteiro, Pol, Lugo, 1939), titulado Los judíos en el Reino de Galicia (1981), del que existen dos ediciones. José Ramón Ónega tuvo la gentileza de enviarme la segunda edición del libro, de 1999, cuando supo de mi interés por el tema. Lo leí y releí con un interés absoluto. Constaté presentimientos que se convirtieron en certezas y descubrí aspectos que desconocía de la historia de los judíos en Galicia y también de la propia Historia gallega. Siempre he creído que, con las diferencias socio históricas inevitables, había concomitancias entre ambos pueblos, el judío y el gallego. Cierto es que ambas diásporas tienen orígenes diferentes y que la identidad gallega (basada en la lengua, las costumbres y hasta la gastronomía) desaparece en la tercera o cuarta generación, mientras que la judía pervive siempre o casi siempre por disponer del factor diferencial religioso, cosa que no ocurre con el bisnieto de un gallego cubano, alemán o canadiense, que ya es plenamente asimilado por el país de acogida en el que crece y se educa. En esos casos, queda la herencia psicológica de sus abuelos y bisabuelos, el carácter, pero la identidad gallega se diluye. Aunque pervive el apellido paterno, Castro, Feijóo, Graña, Quiroga, De la Rúa, etcétera, para testificar su ascendencia. No ocurre así con los judíos, en donde la identidad, lejos de desvanecerse con la diáspora, se reafirma en la comunidad que los acoge en su seno. Con voluntad de historiador, pero también de agudo ensayista y por tanto pensador, Ónega explica las afinidades entre judíos y gallegos. Comparto todo lo que escribe sobre “aspectos de convergencia entre judíos y gallegos”:
- La movilidad instintiva y el gusto por la emigración.
- El carácter sumiso, sufrido y aparentemente humilde, no exento de soberbia.
- La inteligencia y habilidad.
- La desconfianza, el sentido del ahorro y la conciencia de la realidad y de la existencia.
- El sentimiento de lo religioso, la añoranza de la tierra: los gallegos por Galicia; los judíos por la Tierra Prometida.
- El carácter prolífico de ambos pueblos y su expansión por el mundo; su residencia en colonias, su ayuda mutua, pero también su insolidaridad e individualismo.
Quien conozca a nuestros gallegos, extendidos por todo el mundo, pisando todos los confines de la tierra -y esto no es de ahora-, evocará inevitablemente el pueblo de Israel, igualmente itinerante e inquieto, que camina desde la antigüedad todas las sendas del planeta. Disiento de los que opinan que los gallegos emigran únicamente por necesidades materiales. No es cierto. Hay un afán misterioso y una vocación innata en el hombre gallego por saber lo que hay más allá de las montañas de su pueblo. […] 3. UNA SOCIEDAD CLERICAL. Desde el punto de vista religioso se encuentra una gran similitud entre la sociedad gallega, dominada por el elemento eclesiástico y la hebrea, controlada por el rabino y la sinagoga. Los rabinos tuvieron dentro de la comunidad judía un poder omnímodo y absoluto. No sólo controlan los nacimientos, las bodas y las defunciones, sino que también fallan pleitos, disputas y dan consejos, ejerciendo de jueces y amigables componedores. El Talmud es la base de la convivencia y la regla de vida. La sociedad gallega medieval, y aún la posterior, vivió absorbida y dominada por la Iglesia. No se olvide los cientos de monasterios, cenobios y fundaciones eclesiásticas que se extendían por el País Gallego, sin contar por las parroquias eremitorios, anejos y feligresías en cada lugar y en cada pueblo. La sociedad gallega, como la hebrea, era una sociedad clerical, y lo fue hasta hace muy poco. El cura lo era todo, lo mismo que el rabino. ¿Quién puede dudar, por consiguiente, que entre ambas sociedades existe un alto grado de similitud y aun puntos de convergencia? Y así una cosa es cierta: que en Galicia los judíos no extrañaron el poder clerical porque el suyo era, sin duda, igual o aún más fuerte. Y tampoco la Iglesia gallega mostró inquina especial contra los judíos. La furia del Santo Oficio es una excepción: los inquisidores no eran gallegos en su mayoría. Gallegos y judíos son pueblos conformados y formados por la consecuencia religiosa y el dominio clerical aunque los resultados sean algo diferentes en cada caso. (Ónega, 1999, 621-623)
Creo que Los judíos en el Reino de Galicia deja meridianamente claro varias cosas: 1) Que hubo asentamientos judíos en lo que hoy es Galicia mucho antes de la romanización y antes del nacimiento de Cristo, por lo menos en tres siglos. 2) Que las juderías gallegas eran de gran importancia y se daban en gran número en medio centenar de poblaciones como mínimo, en especial en la mitad sur de Galicia. 3) Que el antisemitismo en Galicia, antes y después del Decreto de Expulsión en 1492 fue mucho menor que en Castilla, en la Corona de Aragón, en el Reino de Navarra o en el de Portugal. El antisemitismo gallego, poco pero existente, hay que buscarlo fundamentalmente en los siglos XIX y XX. 4) Que lo que hoy es la provincia de Pontevedra, la más densamente poblada de Galicia y una de las de mayor densidad de España, fue la que tuvo más poblaciones con juderías (excepto en Vigo) y, por tanto, todo aquel que tenga el tronco de su árbol genealógico en dicha provincia, es muy probable que tenga algunos antepasados judíos o judeoconversos. Respecto a los que tenemos raíces pontevedresas, en la capital milenaria del Lérez, Ónega nos recuerda que “La judería de Pontevedra debió de tener una importancia considerable por cuanto la ciudad durante toda la Edad Media fue un importantísimo centro comercial. Su puerto, según queda dicho, mantenía relaciones con los principales del Mediterráneo y del Atlántico, y allí llegaban mercancías y salían cargamentos de gran valor que alimentaban un poderoso tráfico mercantil.” [Aclaración mía: No olvidemos que allí se construyó la Carabela Santa María, por el Gremio de Mareantes, a finales de la década de 1480, y de la tesis de Celso García de la Riega, 1844-1914, de que Colón era un criptojudío pontevedrés del vecino San Salvador de Poio.] Por consecuencia, la judería era riquísima y ocupaba un espacio que todavía hoy es perfectamente localizable entre el actual Parador de Turismo –Casa del Barón– y la Basílica de Santa María.” (Ónega, 1999, 587) Quienes conocemos la ciudad de Pontevedra perfectamente por habernos criado allí, sabemos que el espacio descrito, que forma un triángulo con tres vértices en la Casa das Campás (la más antigua de la ciudad hoy en pie), la del Barón y la citada basílica, ocupa más de un tercio del casco medieval pontevedrés, lo que lleva a suponer que desde tiempos romanos hasta 1492 los judíos eran parte muy significativa de su población.1
Antisemitismo
Antes expliqué lo que mi libro no es. Tampoco diré lo que es, debe hablar por sí solo. Pero hago una aclaración. Sí tiene mi texto una finalidad clara: luchar contra el antisemitismo o, dicho de manera más apropiada, contra la judeofobia, en expresión de Pierre-André Taguieff. La palabra semita es inexacta aquí, porque califica a los pueblos y lenguas semíticas, término que deriva del hebreo bíblico Sem o Shem, uno de los tres hijos de Noé, el mayor, el más longevo y el de más renombre. Por eso Sem puede significar celebridad, fama, renombre. Los judíos son semitas porque se consideran descendientes de Sem, pero por extensión lo son todos los pueblos que hablan lenguas semíticas, árabes, hebreos, arameos, fenicios, acadios, amháricos y otras lenguas, vivas o muertas, de dicho tronco, inclusive el maltés. Si alguien se declara antisemita está siendo tan antijudío como antiárabe, lo que en la práctica implica ser anti musulmán. Por eso es más apropiado hablar de judeofobia o, como mínimo, de antijudaismo. Una prueba de que sigue vigente la judeofobia la podrá comprobar el lector al comprobar los cientos de casos en que importantes judíos con proyección pública han recurrido, en Europa y en América, a cambiarse el apellido, a anglosajonizarlo o adaptarlo a la lengua del país en el que se asienta. Prueba palpable de que siguen siendo discriminados.
Durante setenta años o más se creyó que el Holocausto o, como prefieren calificarla en hebreo, la Shoah (catástrofe), había sido un punto y final, una puerta que cierra la larga sangrienta, absurda e irracional historia de la milenaria judeofobia. Sin embargo, esto no ha sido así. Ni mucho menos. Asociados a sentimientos perversos anti-Israel, anti-Estados Unidos, anti-imperialismo, anti-neocolonialismo, anti-capitalismo, anti-judaísmo…, se ha mezclado todo, en un tótum revolútum absurdo, del que han brotado, actitudes radicales antisistema, que lo único que buscan es fomentar el odio donde otros tratan de buscar el diálogo, de odiar sistemáticamente al judío, sea este de donde sea, profese o no la religión judía, sea sionista o antisionista, pro estadounidense o antiestadounidense… todo vale con tal de reavivar el brasero de la intolerancia y el antijudaísmo.
Nos proponemos luchar contra esta nueva judeofobia de este incierto siglo XXI, producto de los nuevos-viejos totalitarismos, el neofascismo y el neonazismo, que, de nuevo, condenan al pueblo hebreo por ser simplemente un pueblo inteligente, esforzado y trabajador. Quizá algún lector malintencionado utilice este texto en sentido inverso y vea en él una prueba de una gran confabulación internacional judía (como prueba de esas falacias conspirativas, aconsejamos leer el libro El mito de la conspiración judía mundial. Los protocolos de los sabios de Sión, del reputado historiador británico Norman Cohn, en donde explica todo sobre este nocivo libelo). Lo cierto es que las teorías conspiranoicas abundan por doquier y la que equipara al lobby judío con el sionismo es una de las más extendidas. Pase lo que pase, digan lo que digan sus detractores, el pueblo hebreo seguirá trabajando por el progreso de la humanidad. Cabe preguntarse si el hecho de miles de años de diáspora y de judeofobia en todos los continentes ha propiciado la creación de lobbies. Esto es, si la necesidad de estar unidos, desde el gueto medieval hasta hoy, proviene de un odio hacia lo judío. Y si así fuera, es algo que ya ha entrado a formar parte de la Historia. Es decir, que el lobby sería efecto antes que causa. Por eso, y para no ser tachados de prosemitas, de panfletarios o propagandistas del judaísmo, hablaremos aquí también del lobby judío, o para ser más precisos, de los lobbies judíos. ¿Realidad o mito exagerado? ¿Acaso otra leyenda urbana?2 Creemos que no existe el lobby judío, que no se puede hablar de un lobby judío como una organización homogénea que actúa a nivel internacional de forma cohesionada o coordinada, de manera transnacional y extraterritorial. No se puede porque no existe. Dicha pretensión nos parece una falacia, cuando no una falsedad manifiesta. Sí existen lobbies judíos, en plural, como tantos otros de otros signos. Del mismo modo que preferimos hablar de judaísmos, en plural, que de “el judaísmo”, en singular, pues no existe un único modo de ser judío, como tampoco existe un único modo de ser cristiano, musulmán o budista. Sin embargo, dado que existen diversos grupos de influencia o presión, sí existen, y está legalmente constituido, además der ser algo público, el lobby israelí, formado por diversas organizaciones que defienden los intereses del estado de Israel, tanto en Washington, como en Bruselas y Estrasburgo o en la sede la las Naciones Unidas en Nueva York.3 ¿Por qué escribir sobre ello si eso puede despertar o avivar el odio? ¿Por qué no? Negar algo legalmente constituido y de acceso público sería absurdo, más aún en la era de las nuevas tecnologías de la información, en donde cualquiera tiene acceso más o menos rápido a ella. Y sirve para que no se nos ataque de proselitistas.
Del mismo modo que no es lo mismo ser judío que israelí, ni israelí que israelita, no deben confundirse los grupos de presión israelíes con las organizaciones internacionales judías, algunas sionistas, otras no y un tercer grupo que contiene miembros de ambas tendencias. Del mismo modo que hay organizaciones judías ortodoxas, otras reformistas y otras laicistas o seculares en las que la religión no ocupa un papel relevante. Lobbies o no, lo cierto es que existen innumerables asociaciones judaicas en numerosas partes del globo que no pueden ser obviadas, algunas constituyen grupos de presión a gobiernos y grandes empresas, otras no. Exactamente igual que en el mundo cristiano, budista o musulmán. Si al leer este texto, algún lector adquiere una sensación antijudía o antisemita, y trata de justificar su actitud (neonazi o próxima al neofascismo, insistimos, o al totalitarismo comunista que también atacó al judaísmo) mediante la demostración de la existencia de lobbies judíos (también hay lobbies católicos y protestantes, y nadie en su sano juicio es, de modo genérico, anticatólico o antiprotestante), creando el absurdo tópico del judío avaro, confabulador, opuesto a la sociedad y al Estado, siempre puede, para salir de tal detestable prejuicio y monumental error, aplicándose la frase que Sartre escribió en su imprescindible ensayo Reflexiones sobre la cuestión judía (1946):
“[…] contrariamente a una opinión difundida, el carácter judío no provoca el antisemitismo sino que, a la inversa, es el antisemita quien crea al judío. El fenómeno primero es el antisemitismo, estructura social regresiva y concepción del mundo prelógica”.
Aunque publicado en 1946, Sartre escribió su ensayo en 1944, cuando aún no habían salido a la luz pública los horrores del Holocausto. Eso es importante tenerlo en cuenta al leerlo. Si bien existe edición española reciente (Seix Barral, Barcelona, 2005), la traducción que conozco es la de José Bianco (Editorial Sur, Buenos Aires, 1948), primera, y temprana, edición en español de este ensayo corto, pero cuyo valor histórico e influencia posterior a la hora de comprender el antisemitismo en las sociedades burguesas occidentales, ha trascendido al restrictivo ámbito de la filosofía y al de la lengua francesa, para alcanzar a diversos campos del saber y el pensamiento en numerosas lenguas y naciones. Sartre emplea el método analítico, procura lo objetivo para explicar lo subjetivo, puesto que arranca sus reflexiones indicando que, antes que nada, el antisemitismo francés (y en general europeo, el propio del ámbito cristiano) es en primer lugar, una opinión subjetiva. De tal suerte que en determinados círculos sociales, y a pequeña escala, la de lo individual o íntimo, el ser antisemita, al ser un sentimiento, y los sentimientos no están sujetos a Derecho, se convirtió (se ha convertido aún hoy) en una pasión. (Sartre escribe pasión así, en cursiva. Sustitúyanse sus palabras de 1944 cambiando antisemita por antisionista, desde 1967 hasta hoy, y su razonamiento será perfectamente válido, con matices, pero válido en nuestro tiempo.) Y las pasiones más férreas, es cosa sabida, no son a posteriori, fruto de la experiencia, sino a priori. El antisemitismo existe a priori, es un prejuicio, es preconcebido y, además, y esta es la novedad respecto a cualquier otro tipo de prejuicio, se da sin la experiencia. Es decir, un antisemita puede odiar a un judío aunque nunca haya conocido a ninguno. Puede odiar a los judíos, así, de manera general, como colectivo, aunque jamás haya establecido ninguna relación con los judíos, ni de manera pública ni privada, ni de manera general o individual. Este “antisemitismo sin judíos”, por cierto, que Sartre dice que se da en Francia desde hace siglos –él escribe en 1944–, se da de manera exactamente igual en la España del siglo XXI. Yo mismo conozco o he conocido a un buen número de españoles que han manifestado sin rubor ser antisemita y/o antisionista y afirmar al mismo tiempo, tan plácidamente no conocer a ningún ciudadano judío, no digamos ya a ningún israelí, a quien nunca han tratado y cuya imagen ha sido reconstruida por lo que han visto y oído en los medios de comunicación. Es decir su prejuicio es anterior (pre-juicio, anterior al juicio) a su experiencia personal y, por supuesto, no es casi nunca fruto de su experiencia concreta ni de la de alguno de sus familiares o amigos más íntimos. (Algo parecido está ocurriendo con la islamofobia, el “odio al moro”, también bien arraigado en la Península Ibérica). Sartre es lógico cuando escribe: “Lejos de engendrar la experiencia la noción del judío, es ésta, por el contrario, la que ilumina la experiencia; si el judío no existiera, el antisemita lo inventaría.” (Sartre, 1948, 12) Una lógica implacable. Tanto es así, que merece considerarse que el antisemitismo moderno (la judeofobia) es un prejuicio irracional (y por tanto el antisemita es muy difícil de convencer mediante la razón o el laicismo) puesto que, si en siglos anteriores al XIX se atacaba al llamado pueblo de Israel por su imposibilidad de asimilarse al resto de la nación (Francia, Polonia o Rusia, pongamos por caso), dicho argumento se viene abajo cuando el judío se asimila. ¡Es más, el antisemitismo se vuelve más feroz y virulento cuando el judío se ha asimilado! No se le distingue por ningún signo externo, no se le puede reconocer, ergo, no se le puede combatir. Esto explica por qué el antisemitismo moderno se dio con mayor violencia en Alemania y Austria, en ciudades como Viena, Berlín o Munich, y no en la Europa Oriental rural. ¡Porque al judío asimilado ya no se le podía reconocer! Lo cual generaba un antisemitismo especulativo (y conspiranoico, como el actual: usted puede tener un compañero de trabajo que profesa la fe mosaica y desconocerlo, en cambio, es imposible no ver si éste es de raza negra o asiática) y por eso fueron marcados con la Estrella de David, para identificarlos. Los zares podían arrasar los shtetls (aldeas judías) con sus pogromos, pero un antisemita germano o francés, burgueses y ricos o casi, no podía saber si el comerciante, el industrial, el profesor de su hijo, el médico de su mujer, eran o no judíos. (Esto explica, aún hoy, incluso en Estados Unidos, la acusada tendencia a cambiarse el apellido de raíz hebrea o yídish, a anglosajonizarlo o germanizarlo o latinizarlo, en especial si el portador del apellido es una persona pública, no digamos ya un famoso. Hay miles de casos célebres, como veremos.)
“Pero eso no basta: también es necesario formarse cierta concepción de los hijos según lo que han sido los padres; es necesario que se crea a los menores capaces de hacer lo que hicieron los mayores: es necesario persuadirse de que el carácter judío se hereda. Así, los polacos de 1940 trataban a los israelitas como judíos porque sus antepasados de 1848 se comportaron de igual manera con sus contemporáneos. Y quizá, en otras circunstancias, esta representación tradicional habría dispuesto a los judíos de hoy a conducirse como los del 48. Es, pues, la Idea que se hace uno del judío lo que parece determinar la, historia, no el “dato histórico” lo que hace nacer la idea. Y puesto que también nos hablan de “datos sociales”, observémoslos mejor y encontraremos el mismo círculo: hay demasiados abogados judíos, nos dicen. Pero ¿es que alguien se queja de que haya demasiados abogados normandos? Si todos los bretones fuesen médicos, ¿no se limitarían a decir que “Bretaña suministra médicos a toda Francia”? ¡Ah, replicarán, no es en modo alguno lo mismo! Sin duda, pero se debe precisamente a que consideramos a los normandos como normandos y a los judíos como judíos. Por eso, de cualquier lado que miremos, la idea de judío surge como lo esencial. Así resulta evidente para nosotros que ningún factor externo puede inculcar en el antisemita su antisemitismo. El antisemitismo es una elección libre, total y espontánea, una actitud global que no sólo se adopta con respecto a los judíos sino con respecto al hombre en general, a la historia y a la sociedad; es, al mismo tiempo, una pasión y una concepción del mundo. Sin duda, algunos de sus caracteres serán más notables en tal antisemita que en tal otro. Pero están todos presentes a la vez y se determinan unos a otros.” (Sartre, 1948, 14-15) Y añade el autor de La náusea, una puntualización como mínimo interesante: “Si el antisemita, pues, es impermeable a las razones y a la experiencia, como ha podido verse, no se debe a que su convicción sea fuerte; más bien, su convicción es fuerte porque ha escogido de antemano ser impermeable.” (Sartre, 1948, 17) El antisemitismo es una pasión, nos decía Sartre. Una pasión es siempre irracional. Una pasión no se combate con la razón, o no únicamente, sino con otra pasión. O con un racionalismo apasionado. Ése debe ser el cauce del filo-semitismo.
Sin embargo, un libro como éste, que glosa los logros de personas judías o de tal ascendencia, genera un arma involuntaria contra el pueblo judío. Y es por un postulado antisemita que no se puede refutar: al antisemita no sólo le importa un bledo que un hombre o una mujer judíos sean inteligentes y trabajadores, antes bien, lo convierte en una características más para sus intereses antisemitas. Reconoce que el pueblo judío es inteligente y trabajador, más incluso que el gentil. Pero también eso lo lleva a su terreno. Pues los acusa de hacer el mal, de egoísmo, de usureros, los tópicos de siempre. Si, además, ese judío o judía triunfan en la ciencia, la economía o la cultura, en el campo que fuere, el antisemita los odiará aún más. Dirá que es porque son judíos. Porque se apoyan entre ellos. Minimizará sus méritos y los achacará ¡oh, cruel paradoja!, a que son judíos. Sartre coincide con nuestro planteamiento, una vez más (más bien al revés, solo que lo expreso así porque este postulado lo tenía claro yo una década antes de haber leído a Sartre) y lo expresa con más exactitud: “El antisemita reconoce de buena gana que el judío es inteligente y trabajador; hasta se considerará inferior a él bajo este aspecto. No le cuesta gran cosa confesarlo: ha puesto estas cualidades entre paréntesis. O, mejor dicho, su valor proviene de quien las posee: cuantas más virtudes posea el judío, más peligroso será. Y el antisemita no se hace ilusiones sobre lo que es. Se considera un hombre medio, menos que medio; en el fondo, mediocre; no hay ejemplo de que un antisemita reivindique sobre los judíos una superioridad individual.” (Sartre, 1948, 20)
Uno de los aspectos más sorprendentes del ensayo de Sartre es el ambivalencia del antisemita por la atracción sexual hacia las judías o de la mujer antisemita (francesa, en este caso) hacia los varones judíos. Ambivalencia porque, como es lógico, en la psique del antisemita se funde el deseo sexual con el rechazo o repulsión hacia el hombre o la mujer judíos. Es posible que no se haya ahondado lo suficiente, desde el punto de vista psicoanalítico y de psiquiatría clínica, en este aspecto tan peculiar que Sartre describe con su habitual precisión, propia de quien fue mejor escritor y pensador que filósofo, estricto sensu. “A menudo, las mujeres antisemitas sienten una, mezcla de repulsión y de atracción sexual por los judíos. He conocido a una de ellas que tenía relaciones, íntimas con un judío polaco. En ocasiones se acostaba, con él, dejándose acariciar el pecho y los hombros,, pero nada más. Gozaba al sentirlo respetuoso y sumiso,, al adivinar su violento deseo refrenado, humillado., Con otros hombres no judíos tenía un comercio sexual, normal. En las palabras “una hermosa judía” hay una, connotación sexual muy particular y muy diferente, de la que puede encontrarse en las de “hermosa rumana”… “hermosa griega”, “hermosa americana”. Tienen, como lui halo de violaciones y asesinatos. La hermosa, judía es aquella que los cosacos del zar arrastran por, el pelo en las calles de su aldea en llamas; y las obras, pornográficas que se consagran a los relatos de flagelaciones, conceden a las israelitas un sitio de honor. Pero, no es necesario que vayamos a hurgar en la literatura, clandestina. Desde la Rebecca de Ivanhoe hasta, la judía de Gilíes, pasando por las de Ponson du Terrail, las judías tienen en las novelas más serias una función, bien definida: frecuentemente violadas o molidas a, palos, les sucede a veces escapar al deshonor por la, muerte, pero apenas si ocurre así, y las que conservan, su virtud son las servidoras dóciles o las amantes, humilladas de los cristianos indiferentes que se casan, con arias. No se necesita más, creo, para señalar el, valor de símbolo sexual que adquiere la judía en el, folklore.” (Sartre, 1948, 44-45)
Recordemos cómo concluía su ensayo Sartre, un filósofo que, aunque en otros aspectos ideológicos está completamente obsoleto, en cuanto a su lucha contra la intolerancia, contra el racismo, la xenofobia y el antisemitismo, sigue siendo un pensador ético de primer orden. “La causa de los israelitas estaría ganada a medias si sus amigos encontraran para defenderlos tan sólo un poco de la pasión y la perseverancia que sus enemigos ponen en hundirlos. Para despertar esta pasión, no habremos de dirigirnos a la generosidad de los arios: en el mejor ario, esta virtud sufre eclipses. Pero convendrá hacer presente a cada uno de ellos que el destino de los judíos es su destino. Ni un solo francés será libre mientras los judíos no gocen de la plenitud de sus derechos. Ni un solo francés estará seguro mientras un judío, en Francia y en el mundo entero, pueda temer por su vida.” (Sartre, 1948, 142)
No queremos extendernos demasiado en la descripción del antisemitismo o, mejor dicho, la judeofobia, aunque somos conscientes de que, en estos tiempos inciertos en la economía mundial, de zozobra y desconcierto, está surgiendo, como ya ocurriera en los años veinte y treinta del siglo XX, una nueva judeofobia. Pero nuestro texto no versa sobre la judeofobia, aunque obviamente sí toca el tema. Para una inmersión en profundidad en esta deleznable problemática racista, recomendamos la lectura de los ensayos de uno de los mayores especialistas en esta materia, el antes citado politólogo francés Pierre-André Taguieff (París, 1946), director de investigación del Centre national de la recherche scientifique (CNRS), y, en contra de lo que creen algunos de sus lectores e incluso, periodistas, no es judío, como nos hemos encargado de constatar en Wikipedia (en cuatro idiomas, lo que aumenta su fiabilidad, que otros niegan a esta enciclopedia colaborativa), entre otros espacios de Internet. De entre sus libros sobre racismo y antijudaismo, recomendamos La Nouvelle judéophobie (2002), entre otras cosas, porque goza de una correcta traducción al castellano: La nueva judeofobia (2003). Un libro, este sí, imprescindible para entender el fenómeno en la Francia y la Unión Europea contemporánea. Su razonamiento es aplastante. Taguieff explica como la excusa del antisionismo ha desembocado en una nueva judeofobia, que de encubierta en las décadas de 1980 y 1990, se ha vuelto completamente explícita y agresiva en la primera década del siglo XXI. “«Los judíos son todos unos sionistas más o menos camuflados. Ahora bien, el sionismo es un colonialismo, un imperialismo y un racismo. Por consiguiente, los judíos son unos colonialistas, unos imperialistas y unos racistas, ya lo declaren o lo disimulen.» Y es justamente la representación del «sionismo» como encarnación del mal absoluto lo que ha permitido reconstituir una visión antijudía del mundo, en la segunda mitad del siglo XX. Como ocurría con el viejo « antisemitismo» en el sentido fuerte del término, la estructura de esta representación es la del odio absoluto a los judíos, a quienes la fantasía pinta como a representantes de una única y misma entidad intrínsecamente negativa, o como ejemplo de una potencia maléfica, en virtud de un odio total que se dirige específicamente contra los judíos, a quienes «en sí mismos se considera dotados de una esencia nefasta.» Como resultado de unión de dos temas de acusación, los judíos están en todas partes («nomadismo»), y en todas partes son «solidarios» entre sí (razón por la cual pueden ser acusados de formar un grupo conspirador de ámbito mundial). De este modo, las acusaciones de «voluntad de dominio» (o de «conquista del mundo») y de «complot internacional» se reciclan. Y otro tanto ocurre con el rumor que ya hace mucho tiempo se estabilizó en forma de estereotipo: «Los judíos son culpables», rumor traducido una y otra vez, indefinidamente, desde hace casi medio siglo, como «Los sionistas son culpables», «El sionismo es culpable», Israel es culpable».” (Taguieff, 2003, 16,17) Mantengo en cambio una discrepancia sobre el punto de vista de Taguieff cuando se refiere a que una parte de la izquierda (no sabemos cuál y él no lo dice) es antisemita porque es antisionista. Es necesario hacer una distinción entre antisionismo y antiisraelísmo, pues el primero refiere a la oposición al concepto histórico del sionismo (proceso que a mi entender ya finalizó en 1948) y el segundo se refiere a la oposición a las políticas militares del Estado de Israel. Qué duda cabe que Israel tiene derecho a existir como país y negarle ese derecho es un absurdo, además de una contradicción porque es el único caso en el mundo en donde grupos políticos o politizados niegan a un pueblo y a un Estado su razón de existir. Sin embargo, la crítica a Israel no implica necesariamente antisemitismo o, ni tan siquiera, antisionismo, del mismo modo que un español puede ser crítico con las decisiones políticas de su gobierno, cualquiera que fuese su signo, y no por eso es antiespañol o niega a los españoles su derecho a existir como pueblo o unión de pueblos y como Estado. Mi postura es la de diferenciar, por tanto, entre antisemitismo, antisionismo y antiisraelísmo, como lo define el catedrático e historiador Gonzalo Álvarez Chillida en su extenso artículo “¿La izquierda antisemita? Un comentario crítico a Taguieff.” (Illes e imperis, 9 de diciembre de 2006, pp. 185-195, disponible en Internet.)
Junto a las obras de Taguieff, se complementan las de Alain Finkielkraut (París, 1949), polémico intelectual francés y, él sí, judío. Sus obras están casi todas traducidas al castellano. No obstante, para el que quiera profundizar en los orígenes del antisemitismo, para comprender en toda su cruel extensión la larga historia del antisemitismo, en lugar de a Taguieff o Finkielkraut, ambos intelectuales contemporáneos, conviene recurrir a su maestro y mentor, Léon Poliakov (1910-1997), judío ruso nacionalizado francés y asentado en Francia desde su niñez, en 1917. De entre su espaciada obra, destaca, como no podía ser de otro modo, Histoire de l’antisémitisme, publicada en cinco largos tomos durante varios años y de la que hay al menos dos buenas traducciones al castellano.4
Para pensar el papel de los judíos en la modernidad es inevitable hacerlo desde la perspectiva de la modernidad se divide en dos partes, la etapa pre-Holocausto y la etapa post-holocausto. Creer que la Shoah o el Holocausto fue un problema judío es de una ceguera similar a pensar que la llamada “cuestión judía” es un problema exclusivamente y específicamente judío. No lo es. Nos atañe a todos. Como nos atañe como lectura obligada a todos los humanistas o intelectuales, y desde luego a todos los docentes, la lectura de Modernidad y holocausto, con justicia el ensayo más célebre, traducido e influyente del prolífico y longevo sociólogo Zygmunt Bauman (Poznan, 1925), judío polaco afincado en Leeds desde 1971 y nacionalizado británico. Recupero aquí la frase más comentada y definitiva de su libro, presente ya en el prólogo, porque su clarividencia marcó un antes y un después, en verdad, en el problema de la memoria y de la “cuestión judía”, que es, definitivamente, una cuestión humana, de toda la Humanidad.
El Holocausto sí fue una tragedia judía. Aunque los judíos no fueran el, único grupo sometido a “trato especial” por el régimen nazi (los seis millones, de judíos estaban entre los más de veinte millones de personas aniquiladas, por orden de Hitler), solamente los judíos estaban señalados para que, se procediera a su destrucción total y no tenían cabida en el Nuevo Orden, que Hitler se propuso crear. El Holocausto, no obstante, no fue sólo un problema, judío ni fue un episodio sólo de la historia judía. El Holocausto se, gestó y se puso en práctica en nuestra sociedad moderna y racional, en una, fase avanzada de nuestra civilización y en un momento culminante de, nuestra cultura y, por esta razón, es un problema de esa sociedad, de esa, civilización y de esa cultura. De ahí que la autocuración de la memoria, histórica que se está produciendo en la conciencia de la sociedad moderna, no sólo constituye una negligencia ofensiva para las víctimas del genocidio, sino que es el símbolo de una ceguera peligrosa y potencialmente suicida. (Bauman, 2006, 15)
No se puede expresar un pensamiento con mayor sencillez, claridad, exactitud. Bauman dio muestras no sólo de una gran sabiduría, sino de una vasta erudición sobre el tema. Así, incluye un amplio aparato crítico e historiográfico que sustenta sus ideas desde una perspectiva de la Sociología de la Historia (e, indirectamente, abrió un debate en el seno de la historia de la Sociología como disciplina). Entre sus numerosas fuentes cita al líder sionista León Pinsker (1821-1891), médico judeoruso fundador de Amantes de Sión, que por cierto falleció en Odesa sin haber cumplido su sueño de asentarse en Palestina o Eretz Israel. En 1882 Pinsker dejó escrito cómo la doble serpiente antisemítica que recorría ya Europa acusaba al pueblo judío de una misma cosa y de la contraria, es decir, de ser impulsor del capitalismo y promotor del socialismo (que luego derivaría en Rusia en el comunismo). “Para los vivos, el judío es un muerto; para los nativos, un extranjero; para los pobres y los explotados, un millonario; para los patriotas, un apátrida.” (Bauman, 64, 2006) Cita también Bauman lo que dijo en 1946 –ya conocido el Holocausto, aunque muy parcialmente– Max Weinreich (1894-1969), sociólogo judío letón educado en alemán y yídish, emigrado a Estados Unidos en 1939, quien fuera profesor de yídish en el prestigioso City College neoyorquino, traductor de Freud del alemán al yídish y autor de un conocido diccionario de la época en el mundo judío: Modern Yiddish-English English-Yiddish Dictionary. “Se podría representar al judío como la personificación de todo lo que se debe temer, despreciar o nos puede ofender. Fue un agente del bolchevismo pero, curiosamente, defendía al mismo tiempo el espíritu liberal de la corrompida democracia occidental. Económicamente hablando, era tanto u socialista como un capitalista. Le culparon de ser un pacifista indolente pero, extraña coincidencia, fue también el eterno instigador de las guerras.” (Bauman, 2006, 64). Desde una perspectiva sociológica, Bauman coincide con la profesora Anna Zuk, de la Universidad de Lublin, que definía a los judíos desde una óptica de clases como una “clase móvil”, “ya que son objeto de emociones que por lo general experimentan los grupos sociales más altos hacia los más bajos y al contrario, los estratos más bajos hacia los más altos de la escala social.” (Ib.). Dicho de otro modo, los judíos durante la génesis de la época moderna europea, es decir el siglo XIX, eran odiados por las clases altas, porque como terratenientes suponían la burguesía emergente industrial suponía una amenaza a sus intereses, propios del antiguo régimen, como por las clases bajas, pues al verlos como los dueños de las fábricas, del dinero y de los medios de producción, eran los explotadores. Si los judíos eran ricos, eran demasiado ricos porque podían pervertir la sociedad tradicional, pero si eran demasiado pobres, eran un parásito del Estado, un ente aparte que no era ni nacional, ni extranjero. Como amenaza interior, sostiene Bauman, los judíos resultaban peligrosos para el Poder de las Naciones, de todas las naciones, pues ellos mismos eran una nación sin Estado, una nación en la diáspora. La tesis más espeluznante, por revelarse cierta, de Bauman es que el Holocausto, y en general toda la Segunda Guerra Mundial, no es un engendro monstruoso de nuestra civilización, no es algo anormal e inexplicable, sino precisamente porque es explicable, sociológicamente hablando, el Holocausto es el fruto de una fase avanzada de la Modernidad, de nuestra civilización tecnológica, basada en la eficiencia, el orden, el deber y las estructuras burocráticas del poder. Esto está explicado con lucidez en el capítulo segundo, “Modernidad, racismo y exterminio (I)” Lo más aterrador del Holocausto es que fue producido por la nación científicamente más avanzada del planeta (la Alemania nazi de los años treinta y cuarenta). Ello nos lleva a replantearnos toda nuestra civilización, más allá del milenario antisemitismo cristiano y clerical, toda nuestra idea de Progreso. En el capítulo tercero, “Modernidad, racismo y exterminio (II)”, Bauman amplía sus ideas sobre el Holocausto como producto de la Modernidad (y cita indirectamente a MacLuhan), cuyo proceso de sedimentación cultural no sólo no han hecho desaparecer el antisemitismo contemporáneo, sino que lo han amplificado. Bauman se refiere al período 1945-1989, pero por desgracia, desde 1990 hasta la actualidad las nuevas tecnologías digitales todavía lo han amplificado más, incluso en el tercer mundo, en segmentos de población infantil que no ha accedido a la educación. “En nuestra aldea global, las noticias viajan con rapidez y por doquier y hace tiempo que la cultura se ha convertido en un juego sin fronteras. Parece que el antisemitismo contemporáneo, más que un producto de la sedimentación cultural, está ligado a los procesos de difusión cultural, que hoy son mucho más intensos que en ningún otro momento del pasado. (Ib. 105) [La cursiva es suya.] Pone como ejemplo a Japón, en donde desde los años ochenta se ha extendido la creencia popular universal de que los obstáculos a su crecimiento económico no se deben a la propia macroeconomía global y sus procesos, sino a la judería mundial, que sirve para explicar todos sus males, dese la devaluación del yen hasta las supuestas lluvias radiactivas producto de accidentes nucleares parecidos a los de Chernobil. En este moderno antisemitismo sin judíos, en Japón muchos creen que las autoridades niponas encubren dichas actividades del lobby judío mundial. Alude también Bauman a Norman Cohn, como autor que ha explicado bien este fenómeno, potencialmente letal y que es el mismo que uso Hitler y sus secuaces, amparándose en este estereotipo, centrado en un sencillo atributo (de nuevo Bauman recurre a la cursiva para subrayar una idea central): “la de una élite supranacional con un poder invisible oculto tras todos los poderes visibles, la de un director escondido que maneja las sólo aparentemente espontáneas e incontrolables, y en general desafortunadas y desconcertantes, vueltas del destino. La forma actualmente dominante del antisemitismo es fruto de la teoría, no de la experiencia primaria. La sustenta el proceso de enseñanza y aprendizaje, no las respuestas que no se procesan intelectualmente en el contexto de la interacción cotidiana.” (Ib. 104-105) En los capítulos cuarto y quinto, “Singularidad y normalidad del Holocausto” y “Solicitar la cooperación de las víctimas”, Bauman va desgranando sus ideas con brillante eficacia, sin duda influido aquí por el visionado, presumo que en más de una ocasión, de Shoah (1985), de Claude Lanzmann, además de por su propia experiencia de superviviente, por supuesto. La peculiaridad del genocidio moderno, su carácter extraordinario en la Historia, parece venir marcado por los efectos de la división jerárquica y funcional del trabajo, por la deshumanización de los objetos burocráticos, la propia burocracia del Holocausto (también presente en el estalinismo, pero de otra forma, creando una gigantesca colonia penitenciaria) y los juegos maquiavélicos con la víctimas, aislándolas, manipulándolas mediante la cooperación y el truco del “salva a los que puedas”, en definitiva, apelando a la racionalidad individual de la propia conservación puesta al servicio de la destrucción colectiva. Este último punto está muy presente en los numerosos testimonios del extenso film de Lanzmann, así como en El último de los injustos (Le dernier des injustes, 2014) de manera más específica, y creo que Bauman ha sabido teorizarlo con cierta exactitud. Las diecinueve páginas que constituyen el capítulo “La ética de la obediencia (lectura de Milgram)”, son clarividentes y hacen referencia al célebre experimento de Stanley Milgram (1933-1984), psicólogo judío neoyorquino que, tras el juicio de Eichmann en Jerusalén, comenzó en 1961 una serie de experimentos sobre la obediencia en las que demostró mediante el llamado Experimento Milgram, que el ser humano cosificado en una estructura jerarquizada es capaz de hacer daño a otros seres humanos, incluso hasta matarlos, sin tener conciencia de haber hecho nada malo, sin culpa, considerando que sólo cumplía órdenes superiores de personas más cualificadas. En 1963 Milgram publicó las conclusiones de sus experimentos en Journal of Abnormal and Social Psychology, con el título Behavioral Study of Obedience (Estudio del comportamiento de la obediencia): la esencia de dicha obediencia consistiría en el hecho de que una persona se ve a sí misma como un instrumento que ejecuta los deseos de otra persona y por tanto no se considera a sí mismo responsable de sus actos. Eso fue, según Milgram y según Bauman, exactamente lo que pasó durante el nazismo. En la película I, como Ícaro (I… Comme Ícare, 1979), de Henri Verneuil, un interesante film policíaco, se muestra al final del metraje una convincente sesión del experimento de Milgram (se escenifica cómo ese experimento puede usarse para otras facetas sociales). Por ello, sobre esta base científica, sostiene Bauman: “La noción más aterradora que produjo el Holocausto, y lo que sabemos de los que lo llevaron a cabo, no fue la probabilidad de que nos pudieran hacer “esto” sino la idea de que también nosotros podíamos hacerlo.” (Ib. 181) Por esto mismo, aterrador en cuanto ha descubierto en el ser humano un Mal que no habíamos probado, en “Hacia una teoría sociológica de la moralidad”, capítulo séptimo de su libro, Bauman cree que la sociología ha entrado en crisis, incapaz de afrontar la crisis de paradigma que el Holocausto nos ha hecho ver, pues “plantea un problema a la teoría social que no se puede descartar con facilidad, ya que la decisión de descartarlo no está en manos de los teóricos sociales o, por lo menos, no sólo en las suyas. Las respuestas políticas y legales al crimen nazi pusieron sobre el tapete la necesidad de legitimar el veredicto de inmoralidad que se adjudicó a las acciones de un gran número de personas que habían seguido fielmente las normas morales de su propia sociedad. Si la distinción entre lo correcto y lo erróneo, el bien y el mal, se encontraba única y exclusivamente a disposición del grupo social capaz de “coordinar con preeminencia” el espacio social bajo su supervisión (como asevera la teoría sociológica dominante), entonces no habría una base legítima para acusar de inmoralidad a esas personas que ya no violaron las normas del grupo. Podríamos sospechar que si Alemania no hubiera sido derrotada, ninguno de estos problemas se habría planteado. Pero fue derrotada y la necesidad de abordar el problema se planteó.” (Ib. 207) Uno de los aspectos más interesantes que explican cómo toda una sociedad moderna y avanzada pudo cometer tamaño genocidio, tiene su explicación en el aislamiento moral y social al que los nazis sometieron a los judíos, aislamiento que Raul Hilberg establecía en una secuencia racional mediante un proceso de Definición (Despido de empleados y expropiación de firmas comerciales), Concentración (Explotación del trabajo y medidas para que padezcan inanición) y Aniquilamiento (Confiscación de bienes personales). Añade Bauman que “las fases sucesivas se organizan de acuerdo con la lógica de la expulsión del ámbito del deber moral (o, para el concepto de Helen Fein [En nota: Véase Helen Fein, Accounting for Genocide, National Response and Jewish Victimization During the Holocaust, Free Pres, Nueva York, 1979], del universo de las obligaciones).” (Ib. 222) Paréntesis. En España, el filósofo que más ha reflexionado sobre el papel de la memoria y de la filosofía después del Holocausto es Reyes Mate, del que se podría destacar su libro Auschwitz. Actualidad moral y política (2003). Entrevistado para el diario El País, Manuel-Reyes Mate Rupérez (Pedrajas de San Esteban, Valladolid, 1942), decía en 2005, en el sesenta aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, que la mejor forma de comprender el Holocausto se logra se logra con el libro La destrucción de los judíos europeos (Akal, 2005), de Raul Hilberg. “Un documento valioso por su rigor investigativo y el análisis que hace para tratar de explicar cómo fue posible esa tragedia y que en ella participara parte de la sociedad alemana.” Raul Hilberg (1926-2007) fue un historiador judío austríaco que escapó de Viena a Nueva York, pasando por Francia y Cuba a los trece años de edad. En 1944 participó en la liberación de Dachau. A su regreso, abandonó la carrera de Químicas y se hizo historiador, especializándose en la Shoah y la llamada Solución Final. Para un acercamiento al tema, su libro es una referencia insoslayable para cualquier investigador, periodista o historiador. La destrucción de los judíos europeos se publicó por primera vez en 1961, como The destruction of the European Jews, fruto de su tesis doctoral. Hilberg fue ampliando el libro, muy polémico en su tiempo, hasta dar con una edición ampliada en 1985. Escuchar a Hilberg en el documental Shoah (1985), de Claude Lanzmann es uno de los ejercicios más pedagógicos, asombrosos y escalofriantes que me ha ofrecido el cine en toda mi vida. Al igual que todo ese documental. Cierro paréntesis explicativo y prosigo con Bauman que cita a Hilberg en un párrafo definitivo: “Recordad una vez más, que la cuestión básica era si una nación occidental, una nación civilizada, era capaz de hacer semejante cosa. Y, entonces, poco después de 1945, vemos que el interrogante ha dado una vuelta completa cuando empezamos a preguntarnos: “¿Existe alguna nación occidental que sea incapaz de hacer esto?”… En 1941 nadie podía imaginar el Holocausto, de ahí nuestra angustia. Ya no nos atrevemos a excluir lo inimaginable.” (Ib. 232) Citando a un historiador como Hilberg, cuyos métodos son historicistas y cuyas preguntas son morales, creo que Bauman está tratando de ahondar en la insostenibilidad del discurso sociológico, cuyas premisas descriptivas no bastan para explicar el Holocausto y, por tanto, tampoco
para comprender a las sociedades modernas post-1945, salvo que se quiera caer en la tautología (en el sentido en el que la definió en 1922 Wittgenstein en su célebre Tractatus). Bauman creo que aboga por un enfoque multidisciplinar y activo, del que somos firmes partidarios y sin el cual yo no podría habré escrito este libro, y para ello cita a un autor paradigmático de la multidisciplinariedad, Walter Benjamin, del que rescata un pasaje de 1940 que leyó en su Discurso de Recepción del Premio Amalfi (24 de mayo de 1990), incluido como Apéndice en la edición española de Modernidad y Holocausto. Dice Benjamin: “Este asombro no puede ser el punto de partida para una comprensión cabal de la historia –“salvo si es para comprender que el concepto de historia que lo causa es insostenible”–. Y añade Bauman: Lo insostenible es concebir nuestra historia europea como el triunfo de la humanidad sobre el animal que el hombre lleva dentro, como el triunfo de la organización racional sobre la crueldad de una vida repugnante, salvaje y corta. También es insostenible concebir la sociedad moderna como una contundente fuerza moralizadora, sus instituciones como poderes civilizadores, sus controles coercitivos como diques que defienden la quebradiza humanidad contra las riadas de las pasiones animales.” (Ib. 246) Para finalizar, no quiero desaprovechar la oportunidad de releer a Bauman, judío laico, no lo olvidemos, luchador contra el nazismo en el ejército soviético y antiguo excomunista desencantado, sin recalcar algo que él me hizo ver con claridad: ni el Holocausto es un tema judío –ni específicamente judío ni objeto de estudio de los judíos–, ni la llamada cuestión judía lo es. “Auschwitz ha pasado a la historia como un problema ‘judío’ o ‘alemán’, como una propiedad privada judía o alemana. De gran importancia en los “Estudios Judíos”, ha quedado relegado a las notas en pie de página o a los párrafos de rigor por el grueso de la historiografía europea. Los libros sobre el Holocausto se reseñan en las secciones dedicadas a los “Temas Judíos”. La incidencia de esta costumbre viene apuntalada por el vehemente rechazo del stablishment judío a todo intento, por tímido que sea, de ‘expropiar’ la injusticia que los judíos, y sólo los judíos, padecieron. El Estado Judío desearía ser el único albacea, y sin duda el único legítimo heredero de esta injusticia. Esta impía santa alianza impide de hecho que la experiencia, que insiste en narrar como ‘exclusivamente judía’, pueda convertirse en un problema universal de la moderna condición humana y, por tanto, en una propiedad pública.” (Ib. 245)
Algunos pensadores han explicado esto en lo que incide Bauman, señalando que en el Holocausto también perecieron gitanos, homosexuales, comunistas, discapacitados mentales o disidentes políticos. Pero este tampoco es el motivo de su no especificidad. Aunque en el Holocausto hubiesen perecido sólo gitanos, esto no habría convertido a aquel genocidio programado en un ‘tema gitano’. Y si en el Auschwitz y demás campos de exterminio hubiesen asesinado solamente a gays y lesbianas, tampoco se podría hablar de n Holocausto homosexual o describirlo como un ‘tema homosexual’ (hoy denominado LGBT). Por mucho que nos duela, Auschwitz es un tema humano, ni siquiera alemán o europeo, sino humano y, como tal, concierne a toda la humanidad. Auschwitz es precisamente un tema humano porque es algo inhumano e intentar explicarlo diciendo que los nazis y los que los apoyaron eran psicópatas es un error garrafal. Auschwitz existió y marcó un antes y un después en la Historia humana como ningún otro acontecimiento anterior o posterior. Auschwitz existió porque lo inhumano reside dentro de lo humano, la inhumanidad está contenida dentro de la humanidad y saber eso, como demostró científicamente Milgram, es espeluznante y aterrador. Vino a decirnos su experimento, inspirado por Auschwitz, que cualquiera de nosotros alberga a un asesino potencial en su interior. Tampoco se debe pensar que su importancia es cuantitativa, aunque lo cuantitativo sí sea importante. En la Segunda Guerra Mundial perecieron en torno a sesenta millones de personas (más que en todas las demás guerras sumadas, juntas, desde la Prehistoria hasta el siglo XX) y en el Holocausto en torno a seis millones, es decir, el diez por ciento. No importa el porcentaje. No es un tema de porcentajes, sino de hechos. El exterminio sistemático de un pueblo, que casi se logra, es lo que determina a un genocidio. La especificidad del Holocausto, como genocidio judío pero también como atentado contra el género humano, es que es un producto normal, desgraciadamente normal, de la modernidad, como nos hace ver Bauman; de la modernidad entendida como aquella etapa en donde la productividad, la jerarquía y la burocracia, la especialización y la eficiencia, son las señas de identidad de una sociedad y de su sistema productivo. Es decir, el Holocausto no es que hubiese sido imposible sin la modernidad, sino que es un hijo de ésta. La superación de este trauma y el lograr que no se repita sólo puede llegar a suceder con la superación de la modernidad, eliminando las cadenas de mando, la jerarquía, la burocracia y la especialización de los peones que no sólo permiten la existencia de los totalitarismos –políticos, económicos, militares, religiosos–, sino que los sustentan y conforman, al tiempo que ignoran la pertenencia a los mismos, considerándose meros peones o eslabones de una cadena de la que no son responsables. La responsabilidad sobre Auschwitz y sobre la posibilidad de otros Auschwitz no es de la Alemania nazi, sino que corresponde a todos los seres humanos.
Para un acercamiento laico y actual a la cuestión judía, desde una perspectiva académica y rigurosa, también es útil leer un ensayo publicado en 2009 por la historiadora judía asimilada, y laica, como a ella le gusta insistir, Élisabeth Roudinesco (París, 1944), traducido en España en 2011 como A vueltas con la cuestión judía. Roudinesco, intelectual de enorme prestigio en Europa, es la principal historiadora del psicoanálisis en Francia y experta en estas cuestiones, en especial en antisemitismo y antijudaísmo –que diferencia como conceptos distintos, uno en el sentido racial del siglo XIX y XX y otro histórico, el antijudaísmo cristiano–, además de discrepar bastante con ciertas ideas de Taguieff. Su rigor es académico y casi incontestable. Sus opiniones, como todas, discutibles, en especial las referidas al Estado de Israel, pues es antisionista. Roudinesco también tiene ideas algo peculiares, pues considera que hacer “listas de judíos”, aunque sea en sentido positivo, como es nuestro caso, tiene un trasfondo antisemita, es decir un racismo larvado, puesto que nadie hace una “lista de cristianos”, ni de musulmanes o de budistas. Nos parece un disparate. Los judíos son una minoría y su interés, desde el punto de vista sociológico e histórico escapa al concepto religioso o racial (entre otras cosas porque no son una raza, sino un pueblo, como hemos dicho): por eso sí es interesante conocer la proporcionalidad de ciudadanos judíos en unos campos en detrimento de otros, de ahí la conveniencia de hacer “listas de judíos”. Por ejemplo, ¿por qué siempre han sido grandes médicos y sin embargo no han destacado tanto en otros campos? ¿Por qué suman más de la mitad de cineastas y productores de primer nivel de Estados Unidos?
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“Si robas tu sabiduría de un solo libro, eres un plagiador; si la robas de diez, un investigador, si la robas de cien, un experto; de mil, un erudito.” La frase es mía, fue uno de mis tuits, pero me la inspiró otra similar atribuida al profesor Yehuda Arieh Klausner, padre de Amos Oz.) No sé si me he convertido en un experto en los logros judíos, detesto la palabra experto casi tanto como la de plagiador, y erudito me viene grande, creo que es muy difícil ser erudito en el campo humanístico sin ser políglota, y yo no soy políglota. Investigador es una palabra que me gusta más, porque me implica de manera activa. Sí. Quizá este libro es una investigación, sinuosa y discontinua en el tiempo, pero investigación al fin y al cabo. No únicamente bibliográfica o fílmica, sino también vital. Por eso la forma del libro no puede ser otra que la de un ensayo, pues estamos muy lejos aquí de las obras de tesis, ya que no hay conclusiones finales, ni verdades absolutas. Lo que sí hay es una pluralidad de voces, voces contrastadas, muchas de ellas de reconocido prestigio en el mundo en el que vivimos. Y eso importa.
Cuando vi La lista de Schindler (1993), a mis diecisiete años, en la primavera de 1994, no solo me marcó profundamente sino que además comprendí aspectos del pueblo judío que desconocía. Fui leyendo, viendo, indagando, pero sin rumbo, errando. Unos ocho años después, durante las navidades de 2002, vi en Pontevedra El pianista y el impacto psicológico fue aún mayor. Spielberg y Polanski, un americano y un europeo, ambos judíos asimilados, me hicieron comprender y sobre todo sentir, mejor que cualquier libro, lo que supone el antisemitismo y su consecuencia más horrorosa, el Holocausto. Sus acercamientos eran distintos, uno americano, más comercial y hollywoodiense, el otro más europeo, más de autor. Ambos, en su contexto, eran obras maestras del cine. Durante la escritura de mi libro monográfico sobre el cine de Polanski, concluido en 2004 y publicado en febrero de 2005, dediqué tiempo a conocer la historia y la cultura de los judíos polacos, que no se puede desligar, en forma alguna, de la historia de todos los judíos askenazíes de Europa central y oriental. Del mismo modo que no se puede hablar de los logros de los judíos, enmarcados en su diáspora histórica, sin hablar del antisemitismo. Quizá aquellas dos películas fuero la semilla o el detonante que me llevaron a explorar algunos de los caminos cruzados que son los que he tratado de transitar en este libro.
Pese a ser minoría en Europa –pues el noventa por ciento de los judíos residen en Estados Unidos, Israel, Canadá o Argentina–, el neoantisemitismo no para de crecer en el Viejo Continente. Jim Yardley en su artículo “Un viejo fantasma en Europa” señala que “Un informe de dos organizaciones judías europeas publicado recientemente señala que el 40% de los judíos que viven en Europa oculta su religión.”5 Esto es un hecho muy significativo. El mismo periodista norteamericano, habitual cronista de The New York Times explica que en Alemania, Bélgica y Francia ha sido testigo de manifestaciones, pancartas y pintada con expresiones como “¡Muerte a los judíos!” o ¡Gasead a los judíos!”. No estamos en los años treinta del siglo XX, aunque pueda parecerlo, sino en 2014 en plena Unión Europea. Como ha hecho Pierre-André Taguieff, hacemos nuestra la cita de Hanna Arendt, la célebre intelectual de origen judío a la que se la acusó de no ser lo suficientemente judía o no amar a los judíos –Cfr. G. Scholem–, lo cual, claro está, no era cierto, pues Arendt era agnóstica pero su pensamiento estaba impregnado de la historia del judaísmo por sus cuatro costados. Escribe Hanna Arendt sobre un texto suyo que aplicamos también al nuestro:
“[…] posiblemente mi texto chocará a la gente bienintencionada y podría haber gente malintencionada que hiciera mal uso de él […]”.
El autor
Diego Moldes (Pontevedra, 1977) es un escritor español. Ensayista, periodista, editor web, publicitario, crítico e historiador de cine. Es Doctor en Ciencias de la Información (Comunicación Audiovisual) por la Universidad Complutense, Licenciado en Publicidad y RRPP (Universidad de Vigo) y Master on Publishing (Máster en Edición) por la Oxford Brookes University. Su Tesis Doctoral obtuvo un Sobresaliente cum laude por unanimidad (2010) y su Proyecto Fin de Carrera una Matrícula de Honor (2001). Comenzó como guionista y presentador de televisión en Galicia (TVG) y tres años más tarde se decantó por el marketing, la publicidad y los contenidos digitales, en áreas de cultura: libros, cine, música, cómics… Hasta la fecha ha publicado nueve libros (5 ensayos, 1 novela, 1 volumen mezcla de narrativa, ensayo y poesía, e incluso 2 libros de baloncesto), entre los que destaca Ensoñación, su primera novela publicada, con epilogo de la novelista Milagros Frías, y ensayos culturales como La huella de Vértigo (2004), Roman Polanski. La fantasía del atormentado (2005), El cine europeo.Las grandes películas (2008), El manuscrito encontrado en Zaragoza. La novela de Jan Potocki adaptada al cine por Wojciech Jerzy Has (2009), Alejandro Jodorowsky (2012), libro monográfico, con prólogo del propio Jodorowsky, Venuspasión (2014), con prólogo de Luis Alberto de Cuenca, y Ni un día sin poesía (2018). En 2009 escribió dos libros de baloncesto para el Real Madrid. También es autor de varios guiones, más de veinte libretos de DVD y Blu-ray, y coautor de veinticinco libros colectivos, la mayor parte de Historia del Cine, entre los que destacan El universo de Billy Wilder o El universo de Orson Welles. Su labor ha sido elogiada por los cineastas Roman Polanski y José Luis Garci, el artista multidisciplinar Alejandro Jodorowsky, el director de la Real Academia Española (RAE), Darío Villanueva, el historiador de cine José Luis Sánchez Noriega o el filósofo Eugenio Trías, entre otras personalidades culturales. Como articulista, crítico o contertulio, ha colaborado en prensa, radio y televisión y en varios medios digitales, con centenares de textos. Ha vivido en Pontevedra, Santiago de Compostela, Lisboa y, desde 2004, en Madrid. En relación con el mundo judío, ha colaborado con Centro Sefarad-Israel (organismo dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores de España) y con Raíces: Revista judía de cultura. Actualmente es el Presidente de Asociación Fania, agrupación con fines culturales y de lucha contra el antisemitismo y Director General de la Fundación Hispanojudía.
© Diego Moldes González
www.diegomoldes.com
diegomoldes@hotmail.com
Twitter: @DiegoMoldesGonz
1 Por el contrario, la mayor especialista en los judíos gallegos en la Edad Media, María Gloria de Antonio Rubio, investigadora del CSIC, me confirmo personalmente que no existen pruebas materiales de la existencia de judería en Pontevedra anteriores al siglo XIII, aunque sí existen lápidas judías (aparecidas en la ciudad del Lerez en 2002) y numerosa documentación que confirma la huella judeo-pontevedresa, especialmente del siglo XIV y XV, época de mayor florecimiento de la capital de las Rías Bajas. El primer documento que constanta la existencia de un judío pontevedrés es de 1304. Cfr. Los judíos en Galicia (1044-1492), Instituto de Estudios Gallegos Padre Sarmiento, Fundación Perro Barrié de la Maza, A Coruña, 2006. Cfr. tb. Los judíos en Galicia. El caso de Pontevedra, separata de El Museo de Pontevedra LVII, Pontevedra, 2003, pp.237-249. En todo caso, la existencia de aljama y cementerio, llamado Lanpán dos Judeos o Canpas dos judeos, situado previsiblemente entre la Basílica de Santa María y la antigua iglesia de San Vartolomeu (San Bartolomé, junto al actual Teatro Principal, no confundir con la iglesia barroca del mismo nombre, muy posterior), de una extensión considerable para la época, confirma la existencia de una importante judería.
2 GARCÍA GASCÓN, Eugenio (16/08/2010 07:05) El ‘lobby’ judío ya se ha hecho fuerte en Bruselas El American Jewish Committee tiene desde 2004 una oficina para influir en la UE, Público, Madrid. http://www.publico.es/internacional/332323/el-lobby-judio-ya-se-ha-hecho-fuerte-en-bruselas (visitado por última vez el 15 de junio de 2015).
3 Algunas de las organizaciones más importantes estadounidenses-israelíes: American Israel Public Affairs Committee (AIPAC), Jewish Council for Public Affairs (JCPA) Israeli-American Council (IAC), US–Israel Joint Economic Development Group (JEDG), United States-Israel Binational Science Foundation (BSF), TAMID Israel Investment Group, StandWithUs, NORPAC, Institute for Advanced Strategic and Political Studies (IASPS), Emergency Committee for Israel, The David Project, BIRD Foundation (Binational Industrial Research and Development), America–Israel Friendship League (AIFL), American Jewish Committee (AJC), American–Israeli Cooperative Enterprise (AICE). En la lucha contra el antisemitismo, sobresale la Anti-Defamation League (ADL), estrictamente judía pero no exclusivamente proisraelí, forma parte de la B’nai B’rith International, fundada en 1913, a su vez afiliada al World Jewish Congress.
4 POLIAKOV, L. (1968). Historia del antisemitismo, trad. Susana de Aldecoa, Prefacio de Jorge Semprún, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires. POLIAKOV, L. (1980-1986). Historia del antisemitismo, cinco vols., trad. Federico Gorbea y Agustín Moral, Prefacio de Leopoldo Azancot, Barcelona, Muchnik Editores, Barcelona. Cfr. Bibliografía. En numerosas ocasiones consulté los cinco volúmenes de este estudio en la Biblioteca Nacional de España. No conozco estudio de mayor alcance sobre este tema.
5 YARDLEY, Jim, “Un viejo fantasma en Europa”, El País, 23.10.2014, selección extraída de The New York Times International Weekly.